Liberales de ocasión
En la España de
José MarÃa Aznar se pueden cumplir felizmente 70 años y ser
presidente de una comunidad autónoma (Manuel Fraga, 79; Jordi
Pujol, 71) o fiscal general del Estado (Jesús Cardenal, 72) o
presidente del Consejo de Estado (Ãñigo Cavero, 72). Y por
supuesto se pueden superar los 70 años y ejercer de diputado o
senador. Si el Gobierno logra imponer su idea de atrasar la edad
de jubilación laboral para salvar el sistema de pensiones, se
podrán cumplir 70 años y seguir picando en la mina. Pero lo que
no se puede ser de ninguna manera es consejero de una caja de
ahorros.
El Partido Popular ha tenido la dicha de descubrir a última hora
las bondades del Código Olivencia para mortificar a las cajas.
Un código cuyos objetivos de mejorar la transparencia,
credibilidad y eficacia de las empresas son encomiables. Pero
resulta que una de sus recomendaciones que menos se ha aplicado,
el cese de los consejeros de las sociedades mayores de 70 años,
es la que el PP quiere convertir en norma obligatoria: pero sólo
para los miembros de los consejos de las cajas. Resulta que una
mera recomendación a sociedades que cotizan en bolsa quiere
aplicarla obligatoria y únicamente a entidades que no cotizan,
las cajas.
Se dará asà la paradoja de que si en una sociedad cotizada hay
consejeros setentones, los que procedan de las cajas deberán
cesar, mientras que sus colegas provenientes de otros ámbitos
podrán seguir de por vida. El liberalismo del PP es selectivo y
calculado: para los cajeros, obligación; para los demás,
recomendación no vinculante.
En suma, en la España aznarista se puede seguir al frente de
importantes cargos en el sector público y consejero de cualquier
empresa privada, pero no de una caja. Los paÃses democráticos
de referencia exhiben un talante liberal más acendrado. En EE
UU, nadie cuestiona la capacidad de Alan Greenspan, presidente de
la Reserva Federal, pese a sus 76 años. Ni la edad fue obstáculo
para grandes lÃderes en activo hasta el final, como Conrad
Adenauer (87 años), Winston Churchill, (81), Charles de Gaulle (79)
o Sandro Pertini (82).
El camino escogido por el Gobierno para tomar La Caixa, pues de
eso se trata según la percepción los sectores más serios del
mundo financiero basada en algo más que indicios que nadie ha
desmentido, no puede ser más torcido. El primer tropiezo ya lo
ha tenido con la sociedad catalana. La Caixa es una entidad
emblemática en Cataluña, que custodia el 30% del ahorro de la
comunidad y sostienen el mayor holding industrial de España.
El desprecio al marco jurÃdico ha levantado serias crÃticas. En
secreto y por la vÃa de enmienda de última hora en la llamada
Ley Financiera -hija de Gescartera-, un cajón de sastre que
pretende modificar de una tacada 18 normas. Regular por esa vÃa
una materia que en buena parte es competencia exclusiva de las
comunidades autónomas es apostar por el conflicto. El Gobierno
lo ha calculado y no le preocupa actuar asà a sabiendas de que
su ley sea luego derribada por el Tribunal Constitucional, porque
cuando llegue la oportuna sentencia ya habrá colocado al frente
de La Caixa a las personas de su estrecha confianza. En su
estrategia de apoderamiento del sector financiero, primero fueron
los bancos; ahora, las cajas.
La regulación de éstas la comparten el Gobierno central y las
autonomÃas que han legislado sobre la materia. Los conflictos
suscitados para delimitar sus competencias mutuas fueron
resueltos ya en 1988 con dos sentencias del Constitucional que
deslindaron con precisión las materias básicas, a legislar por
el Gobierno, y las susceptibles de ser reguladas por los
Parlamentos autonómicos.
Cuando el Constitucional se ha pronunciado sobre la edad de los
directores generales, cargo mucho más ejecutivo que el de
consejero, ha sido categórico. 'No puede justificarse como básica
la determinación de la edad de jubilación a los 65 años, pues
este lÃmite no está justificado por razones de eficacia en la
gestión, únicas en que podrÃa pensarse, ni hay motivo alguno
para que la legislación autonómica no pueda fijar la edad que
estime adecuada a tal fin'. Tras un un pronunciamiento tan claro,
la pretensión de limitar la edad de los consejeros mediante una
ley estatal aparece como temeraria e indica una evidente invasión
de competencias. La ley catalana, más liberal en este caso, no
fija lÃmites para ese supuesto, igual que a nadie que no fuese
un feroz intervencionista se le ocurrirÃa limitar la edad de los
consejeros de los bancos. El Banco Popular, el que exhibe el
mejor coeficiente de eficiencia de la banca española, está
presidido por los hermanos Luis y Javier Valls, de 75 y 71 años.
Es difÃcil apoyar en el sentido común ese trato asimétrico
entre bancos y cajas. Y recuérdese que para el Constitucional
'las cajas son fundamentalmente entidades de crédito'.
En las medidas que prepara el Gobierno no figura en cambio la
rebaja de la representación de consejeros públicos (ayuntamientos
y diputaciones) obviando las recomendaciones comunitarias.
Sorprenden también las caracterÃsticas de la (conveniente)
propuesta de emisión de cuotas participativas, un determinado
tipo de acciones, para reforzar los recursos propios de las
cajas, pero sin derechos polÃticos. Asà los impositores, que
tienen garantizados sus depósitos por ley, ostentarán derecho a
representación en las asambleas y consejos, mientras que los
ciudadanos que quieran arriesgar su dinero financiando el
desarrollo de las cajas carecerán de él.
La reforma del Gobierno no resuelve el déficit de funcionamiento
democrático de las entidades de ahorro. No se trata tanto de
cambiar tal o cual director o presidente ejecutivo sino de
contraponer a su extraordinario poder actual unos consejos y
asambleas con facultades más potentes. El problema de las cúpulas
proviene del escaso control a que están sometidos sus
ejecutivos, por sus órganos de gobierno y por la sociedad. Las
asambleas de las cajas tienen vedada la presencia de los medios
de comunicación. Y las funciones de un órgano clave como la
comisión de control son casi nulas.
Quizá el Gobierno aspire a una estrategia de conversión de las
cajas en bancos a base de sucesivas reformas y ampliando
paulatinamente la proporción de las cuotas participativas. Pero
la experiencia de paÃses que han eliminado las cajas, como el
Reino Unido, es nefasta. Un amplio sector de la población, los
que cuentan con menos recursos, se está quedando sin servicios
financieros, pues no ofrece rentabilidad a los bancos. ¿Habrá
que repetir de nuevo la historia y crear unas instituciones
especiales para el ahorro popular, precisamente la razón por la
que hace casi dos siglos nacieron las cajas de ahora? Sin olvidar
que las cajas no han costado nunca un duro en fallidos a los
contribuyentes. Por el contrario, las quiebras bancarias han
supuesto más de dos billones de pesetas al erario público.
|