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El PSM opina. 03/12/2002

Religión y autodeterminación

La Filosofía de la Religión es una disciplina moderna que estudia el hecho religioso. Como ese hecho se presenta de formas muy distintas, la disciplina en cuestión exige un conocimiento amplio de las variadas expresiones de la vida religiosa. No es lo mismo la religión de los yorubas que la de los musulmanes y no es lo mismo un dogma que una romería. Por comodidad e intereses, sin embargo, el estudio de la religión se suele ceñir a lo más cercano. Por eso, entre nosotros, es probable que las discusiones se centren más en lo que dijo o no dijo el Papa que en lo que piensa Jatami. Desde esta perspectiva me gustaría hacer algún comentario al reciente pronunciamiento, en forma de instrucción pastoral, de la Conferencia Episcopal Española. Es, por lo dicho, una manifestación más entre las cientos de miles que se dan en este mundo y reciben el nombre de religión. Por otro lado, va dirigida a los creyentes. De ahí que a quienes sean ateos, agnósticos, budistas o jainitas les resbalará como a nosotros nos resbalan las celebraciones del año del dragón chino. Pero la Filosofía de la Religión, repito, juzga críticamente lo que le importa destacar de este abigarrado mundo. Por mi parte, lo que me ha llamado la atención no es que la pastoral suscriba, mayoritariamente, las tesis del gobierno español sobre la Constitución o las de Bush acerca del terrorismo global. En realidad, la cadena de poderes, en este país o en cualquier otro, suele ser muy homogénea y ante todo aquello que les pueda quitar el sueño o el sueldo reaccionan de modo compacto. En este sentido, nada nuevo bajo el sol. Además, hay que agradecerles su descaro. Frente a otros textos, más disimulados, en este caso han escrito como podría hacerlo cualquiera de los dos partidos que, en bloque y con pocas fisuras, representan lo español. Más atención merece, aunque si soy sincero tampoco me sorprende, la postura de aquellos que aplauden con las orejas este documento y pusieron el grito en el cielo (en su cielo) ante la todavía reciente pastoral de los obispos vascos. Recuerdo que a los dos días de su publicación estaba yo en un programa de radio. Cuando me preguntaron qué opinaba sobre ella respondí que lo que los obispos dijeran interesaba a los cristianos. Se me respondió, inmediatamente y a coro, que los obispos vascos eran reos de dos maldades: subscribir lo que subyace al nacionalismo vasco y verter opiniones políticas que caen fuera de su ámbito. Mi contestación fue, de nuevo, que yo sólo podía juzgar desde fuera pero que estaba de acuerdo con mucho de lo que decían. Ese acuerdo lo reforcé, por cierto, cuando oí, desde las tribunas políticas del momento, que el documento episcopal era perverso. Las tornas han cambiado. Y con una incoherencia que supera lo imaginable se bendice secularmente a los obispos españoles porque alaban la Constitución y se oponen a lo que llaman secesión unilateral. Pocas veces he visto condensada tanta política. O, mejor, pocas veces he visto tan dogmáticamente condensado un conjunto de problemas de índole estrictamente político y que, a no ser que viviéramos en una teocracia, deberían quedar muy lejos del alcance teórico y práctico de los obispos. Porque éstos, esta vez, han dejado pequeño a Jatami. Y, entrando en la cocina episcopal, no estaría de más recordar que el jefe de los obispos, el Papa, y ante la Asamblea de la ONU en 1995, defendió la autodeterminación de los pueblos. Y que lo mismo, y de manera más práctica, es lo que ha hecho el Vaticano en los Balcanes, y muy especialmente en el caso de Croacia. Para colmo entre los redactores del documento se encontraba el obispo castrense, lo que no le da un aire muy evangélico. Se me podría objetar inmediatamente que los obispos pueden, y deben, referirse a todo aquello que afecta a los Derechos Humanos. Más aún, les solemos criticar cuando callan ante la injusticia y el atropello. De acuerdo. Pero no se ve cuál es la falta de respeto a los citados derechos exigir la autodeterminación de modo democrático y pacífico. Si esto fuera así, muchos habitantes de Quebec, que son católicos, tendrían que ser arrojados al fuego del infierno. Y si se insiste en que la Iglesia puede tener su propia doctrina expresada en términos adecuados al momento y a la circunstancia que le toca vivir, entonces no acusemos de intromisión política ni a obispos españoles ni a vascos ni a mozambiqueños ni al mismísimo Milingo. La coherencia no sólo es un bien lógico, también lo es moral. Pero esto nos lleva, al final, a lo realmente importante. El asunto no es si se es creyente o no o si se mete la pata o el dedo en política. El asunto es si se está de acuerdo con lo que dice quien quiera que sea. Pues bien, de la misma manera que en muchos puntos el documento de los obispos vascos respiraba sensatez, el recientemente publicado por la Conferencia de los obispos españoles está hecho a imagen y semejanza de toda una estrategia para desprestigiar los intentos, y el de Ibarretxe es uno, por poner en práctica los deseos de una buena parte de la población vasca. Eso es, desde luego, una cuestión política que se debería resolver políticamente. Por eso el Vaticano, el gobierno, los medios de comunicación y todo un coro de bienpensantes que no resisten encarar políticamente el problema vasco se han unido al corro de la patata. No se va sólo contra el terrorismo. Se va mucho más allá. Y esta vez con bendiciones. Para ese viaje, que por cierto, nos es muy conocido, preferimos a Milingo.





      

 

 




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