La izquierda tiene que volver a aprender a hacer soñar
* Bernard Kouchner és fundador i president de Metges
Sense Fronteres, i fou ministre de Sanitat al Govern Jospin i,
posteriorment, alt representant de l'ONU a Kosovo.
La derecha ganó. Y su victoria provocó lágrimas y tristeza.
Una tristeza profunda, hija de un sentimiento de injusticia. La
izquierda salió derrotada en unas elecciones de cuatro pisos sin
auténtica coherencia. Pero así es Francia.
¿Por qué fue derrotado el Gobierno de Lionel Jospin, que había
reducido el paro y cumplido sus promesas? ¿Los elecotres
soberanos, en su fatal sabiduría, querían cambiar los métodos
o las caras?
Tenemos que analizar lo que no se le perdonó al Gobierno de la
izquierda, cuyo trabajo y seriedad se apreciaba. TEnemos que
reflexionar sobre las acusaciones y entender lo que los
franceses, cuya memoria es tan corta, quieren olvidar. Porque
quizás lo que quieren olvidar es precisamente eso: cinco años
de cohabitación.
La derrota de la izquierda no se puede explicar sólo por la
ingratitud y el cansancio de los franceses. El mal que nos afecta
es más profundo. La gente ha cambiado, la sociedad también,
mientras las instituciones, el personal político y la alta función
pública siguen, miopes, caminando a su aire. No podemos
ahorrarnos el diagnóstico y sus consecuencias. Es el precio que
la izquierda tiene que pagar, si quiere mostrarse de nuevo creíble
y si quiere modernizarse.
¿Podemos contentarnos con evocar la vena insolente del
presidente Jacques Chirac para justificar nuestra derrota? La
suerte se construye también con la tenacidad, las ganas de
vencer y una búsqueda permanente del contacto y del diálogo con
los franceses. Y eso es algo a lo que no nos hemos dedicado
suficientemente, enfrascados como estábamos en la tarea de
gobernar. Como tampoco hemos tenido el sentido de la palabra. Y
conste que no hablo de «comunicación». No tuvimos ni las ganas
ni el estilo suficiente para hacernos oír. O lo que es peor, ¿no
hemos dado la impresión de que no nos gustaba la gente?
Recorriendo Francia para apoyar a los amigos, escuché a todo
tipo de franceses. A los jóvenes no supimos interesarles. Los más
mayores estaban desesperados. Todos hablaban de angustia y
desesperanza. Algunos, por culpa de las dificultades de las
profesiones que ejercen, están hartos de las decisiones
administrativas centralizadas y de los argumentos de autoridad.
Desconfían de la profesión política y no entienden que esté
monopolizada por funcionarios. Haber sacado una titulación en la
ENA no es garantía de éxito, aunque sea garantía de hablar una
jerga convenida de la que los electores desconfían. Hay que
renovar la profesión política y su sociología.
Los ciudadanos ya no soportan que se les impongan razonamientos
tecnocráticos, por muy de izquierdas que sean.
Se trata de cambiar las prácticas más que las estructuras.
Tendremos que inventar una participación permanente de los
ciudadanos. Será nuestro mayor problema y una de las mayores
dificultades. Dichas prácticas tendrán que ser modeladas por un
trabajo paciente, que hay que inventar, para ponerlas en
funcionamiento junto a los propios interesados. Ninguna reforma
profunda se puede imponer sin la participación de los ciudadanos.
Si la desgracia de la gente es responsabilidad de los políticos,
la felicidad, no. Y no se puede obligar a la gente a ser feliz
sin contar con ella. La justa propuesta de la reducción de las
horas trabajadas se presentó como una imposición desde arriba.
No hubo diálogo de calidad y los sindicatos optaron por el
enfrentamiento en vez de la negociación, especialmente en la
sanidad. Hombres y mujeres, trabajadores de la sanidad ocn los
que me encontré, me dijeron que habían tenido la impresión de
ser tratados como niños. A su juicio, la reducción del horario
laboral merecía meses o años de acoplamiento, de excepciones y
de puestas en funcionamiento adaptadas. Habría podido ser una
medida adoptada y elegida por cada uno de los ciudadanos del país.
Sólo así habría sido un triunfo. Pero tal como se hizo, se
transformó en una bomba de relojería política. Y, sin embargo,
como muy pronto veremos, es un progreso. Nadie lo duda. Pero
estos errores de método terminaron por hacer desconfiar de la
medida. Por eso, mucha gente me habló de arrogancia tecnocrática.
Decían: «No eran ustedes políticos, sino tecnóocratas».
La izquierda debe trabajar sobre sí misma. Debe conservar de los
vestigios del marxismo la necesidad de ayudar a los excluidos a
salir de la exclusión. Y no conformarse con que los más
desfavorecidos permanezcan fuera de la sociedad. Acción
humanitaria, sin duda, pero no sólo.
Hemos fallado en algo esencial: los jóvenes. En busca de
aventuras y de sueños, a la caza de actividades que les saquen
de su rutina diaria, quedaron tan decepcionados que ya no se
interesaban por la política. Y sin embargo, estaban atentos a
cada sobresalto del mundo. Atentos y sintiéndose concernidos.
Los jóvenes se interrogan y participan en todas las crisis y en
el desarrollo de los países pobres, pero no vinieron con
nosotros en las grandes causas del planeta, ellos que colocan la
acción humanitaria entre sus principales preocupaciones.
Aceptamos, mezclándolos, los auténticos síntomas de la
ansiedad y de la fobia ante la creciente inseguridad. Trabajamos
duro por el restablecimiento del orden en Francia, pero nos
olvidamos de hablar y de apoyarnos en los desórdenes
internacionales. No abordamos suficientemente el horror del 11 de
Septiembre y las secuelas del terrorismo.
Habamos de inseguridad aquí, en términos que querían ser
tranquilizadores. Pero no evocamos la inseguridad europea ni
abordamos las consecuencias de los conflictos del mundo sobre los
jóvenes que buscan algo y lo buscan vanamente entre nosotros. ¿De
qué hablamos, entonces?
Las naciones edificadas los siglos pasados se adaptan mal a la
velocidad de los cambios del mundo. Hemos asistido a la agonía
del célebre y misterioso model republicano. Un adjetivo
que no es suficiente para que se le pueda considerar un arquetipo.
Y no digo que haya muerto la República. Lo que digo es que la
República debe vencer y, para eso, debe presentarse como modelo
reformándose.
He constatado que los franceses aspiran a jugar, tanto ellos como
su país, un papel más activo en el mundo. pero el mundo
comienza en casa. Cómo hacerse entender por los países
desheredados, por los demás países, si el tratamiento que damos
a nuestros extranjeros y a nuestros inmigrantes deja tanto que
desear. Francia es un país multiétnico y abigarrado.
Abigarremos la práctica política y las elecciones, tanto
locales como nacionales.
Desde el momento que hablábamos de Europa como una solución y no
como un problema, nuestros interlocutores se mostraban
interesados. Cuando abordábamos el lugar de Francia en el mundo,
y especialmente su importancia en el desarrollo de los más
pobres, estaban apasionados. El papel de la izquierda es hacer un
discurso seductor. El papel de la izquierda es hacer un discurso
que haga soñar a la gente.
La abstención no se puede explicar por el sol o el fin de semana.
Se trata también de un desinterés por las propuestas en forma
de catálogo, modificadas, incomprensibles, sin hilo conductor.
tenemos que proponernos hablar de una forma diferente, vivir de
otra manera, entre franceses, entre europeos y con el resto del
mundo. La única solución será el avance de Europa. La
izquierda francesa y europea se mostró demasiado tibia sobre
Europa. En definitiva, tenemos que abanderar un nuevo civismo
planetario.
Cada medio siglo, cuando el tejido social se flexibiliza y la
solidaridad se debilita, cuando cada cual quiere más para sí y
menos para los demás, cuando los ciudadanos se miran con mala
cara y se aprovechan poco de las ventajas de su país,
percibiendo sólo sus inconvenientes, cuando los nacionalismos
chirrán como viejas ruedas de carros y aumentan los racismos,
los sabios y los cínicos se reúnen y afirman: «Haría falta
una buena guerra». Yo no creo en las buenas guerras. Lo que sí
sé es que tenemos que encontrar un iimpulso nuevo, un nuevo
ideal, una actividad y unas metas de las que puedan sentirse
orgullosos nuestros hijos. Una cumbre, que nos haga soñar de
nuevo con la vida y con la izquierda.
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